2 de octubre de 2006

La sombra de Edgar Allan Poe (24 septiembre 2006)

Una antigua creencia, ya transformada en mito, señala que la genialidad se presenta asociada de manera casi inevitable a la locura. Muchos destacados creadores, de las más diversas disciplinas, a su innegable talento suelen acompañar comportamientos excéntricos, que a veces están en el límite del desvarío.

Por Hugo Jara Goldenberg

Publicado en el diario El Sur, el 24 de septiembre de 2006.

Este artículo también fue publicado en la revista TauZero. Ver astículo aqui.

La lista de famosos intelectuales que cruzaron la línea de la cordura es extensa. Sin mayor esfuerzo desfilan por el recuerdo gigantes de la talla del compositor Robert Schumann, la escultora Camille Claudel, los pintores Francisco de Goya y Vicent Van Gogh. y también escritores como Guy de Maupassant y Ernest Hemingway. Son tantos que una relación completa se haría interminable.

Aunque estudios científicos han demostrado que existe cierta correlación entre el talento extremo y algunos trastornos neurológicos o psiquiátricos, aún continua siendo un tema de encendidos debates si estas conductas, que sobrepasan el límite de la normalidad, son una condición necesaria para acceder al territorio de la genialidad. Ya antiguas culturas creían que los artistas eran un instrumento de los dioses, y el favor de las musas exigía un pesado tributo a los elegidos.

Hay quienes opinan que es inevitable que las personas dotadas del don de la creación, posean características emocionales especiales. Sólo gracias a su desarrollada sensibilidad pueden dar un paso más allá de lo establecido, y tienen la fortaleza para derribar paradigmas e imponer nuevas formas de pensar y sentir.

Pesadillas

Todo este preámbulo esta relacionado con el libro “La sombra de Poe” (Seix Barral, 2006) de Matthew Pearl. Se trata de una novela histórica que recrea la etapa final de la vida del escritor Edgar Allan Poe (1809-1849), ese entrañable escritor norteamericano, al que se considera el creador del cuento de terror psicológico y que dio nuevos bríos al género policial y a la literatura fantástica. Pero que, por sobre todo, se le evoca por su vida trágica, marcada por la depresión y la melancolía.

Nuestro escritor nació en el seno de una familia de cómicos ambulantes. Siendo aún un niño pierde a sus padres y es puesto al cuidado de familiares. Esta situación fue tan determinante en el desarrollo emocional del pequeño, que uno de sus biógrafos llegó a decir: “la muerte de sus seres queridos ensombreció pronto su corazón; soportó privaciones y humillaciones que habrían de ser más dolorosas para quien poseía una muy susceptible altivez de carácter”.

Después de una adolescencia difícil, plagada de malentendidos con su mentor, cumple un sueño largamente acariciado: logra publicar un volumen de poesías. Aunque se siente cómodo con la lírica, circunstancias económicas lo obligan a explorar otros géneros y comienza a escribir cuentos, obras muy cotizadas por las revistas literarias de la época.

De su pluma surgen piezas inmortales, como “El gato negro”, “La caída de la casa Usher” y “El escarabajo de oro”. Es notable que a pesar del tiempo transcurrido sus relatos no han perdido vigencia y siguen cautivando a un público devoto que valora la forma como transformó al miedo, al terror, a la noche y a la oscuridad en elementos protagónicos de las historias, y a través de los cuales fue capaz de proyectar las peores pesadillas humanas.

Su vida tuvo períodos de normalidad, pero algunas tragedias familiares como la muerte de su joven esposa y frecuentes problemas económicos provocaban el retorno de cuadros depresivos, cuyas primeras manifestaciones se remontan ya a la niñez. Una salud mental debilitada, unido a un alcoholismo descontrolado, transformaron su existencia en un tobogán que se precipitaba entre la razón y la locura.

En septiembre de 1849 decide casarse por segunda vez y celebra el acontecimiento. Pero inexplicablemente a los pocos días es encontrado semiconsciente y en condiciones físicas deplorables, según el diagnóstico médico afectado de delirium tremens. Aunque es hospitalizado, un cuadro febril incontrolable lo sume en profundas alucinaciones y fallece cuatro días después. Sus últimas palabras fueron “…que Dios ayude a mi pobre alma”.

Las circunstancias de su muerte han sido, por mucho tiempo, un profundo misterio. ¿Se trató simplemente, del triste e inevitable final de un alcohólico consuetudinario? O como en el argumento de muchos de sus cuentos, trás los hechos hay oculto un enigma. Es aquí donde interviene Matthew Pearl, quien intenta una explicación desconocida, pero a la vez verosímil, a su prematura muerte. Como es esperable en una novela, en la teoría expuesta hay mucho de especulación, pero el autor trata de ceñirse a los acontecimientos históricos de la forma más fidedigna posible.

Hay que destacar que el relato no se refiere sólo a los últimos días del escritor, y que la recreación histórica lograda es notable permitiéndonos acceder a detalles desconocidos de su vida y época. También seremos testigos de cómo la presencia de un espíritu especialmente sensible, unido al abuso del alcohol y estupefacientes, puede dar lugar a una personalidad atormentada.

El libro de Matthew Pearl, nos permitirá también reflexionar sobre el difuso límite que separa a la razón de la demencia. Edgar Allan Poe reconocía sus alteraciones mentales, pero también tenía conciencia de lo especial de su talento. Esta dicotomía lo llevó a decir “la ciencia no nos ha enseñado aún si la locura es, o no es, lo más sublime de la inteligencia”.

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