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Kuki (diciembre de 1998 – 13 de agosto de 2013)
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La Kuki, una
perrita mezcla de pequinés, llegó a nuestra familia a fines de enero de 1999,
con poco más de un mes de vida. Fue un regalo que le hicieron a mi sobrina
Belén que en aquel entonces recién había cumplido 5 años. Era una cachorrita
tan pequeña que parecía una mota de algodón negro del cual sobresalían dos
grandes ojos. Todos los días nos visitaba, pero debido a que en la casa de mi
hermana la Kuki se escapaba a la calle por debajo del cerco y la podían
atropellar, decidieron dejarla permanentemente
en nuestra casa, y aquí se transformó en la regalona de mi papá, que por aquel
tiempo ya estaba jubilado. Lo acompañaba todo el día, embracilada veía íntegra
la programación deportiva de todos los canales, y al observarla cómo no
apartaba la vista del televisor y parecía seguía las jugadas, no era aventurado suponer que era ella una
perrita experta en fútbol y tenis. Durante casi cinco años fueron inseparables,
hasta que mi padre falleció de cáncer en agosto de 2003. Días antes de morir, en
una de nuestras últimas conversaciones, él me manifestó que su mayor preocupación
era qué iba a pasar con la Kuki después de su partida.
Pero la Kuki
resolvió el problema fácilmente, me adoptó a mí como su amo. A partir de entonces en todos
mis recuerdos está presente ella. Estando en mi biblioteca leyendo, escribiendo
o construyendo maquetas de aviones y barcos antiguos, o cuando me quedaba hasta
tarde estudiando a las estrellas en mi Observatorio, al lado estaba la Kuki acompañándome
siempre, recostada en su sillón favorito. Y así como con mi papá se transformó
en una experta deportiva, conmigo aprendió a conocer la música, y estoy seguro
que gozaba escuchando a Bach, Händel, Telemann, Vivaldi, Albinoni y otros tantos
genios del barroco.
Una de las cosas
que más disfrutaba la Kuki era salir a pasear, y al ponerle su arnés aullaba de
felicidad, pero si yo no iba, ella prefería quedarse. La escalera de mi casa es
alta y empinada y si yo la subía 100 veces para ir a mi biblioteca, ella me
seguía otras tantas, no se quería separar de mí nunca. Al regresar de mis
clases, en mi casa sabían
anticipadamente de la inminencia de mi llegada, ya que la Kuki se ponía
inquieta y pedía salir al jardín a esperarme, aunque faltaban 10 o más minutos
para mi arribo y no podía sentir mi olor. ¿Cómo lo sabía?, es un
misterio al que nunca supimos responder.
A las personas a
las que les son indiferentes los animales, les debe resultar difícil entender
las profundas relaciones de amistad que podemos establecer con ellos. Nosotros los
humanos, nos arrogamos una supremacía sobre el resto de los seres de la
creación, y asumimos que ellos no poseen conciencia, sentimientos ni emociones. Quienes
compartimos con los animales sabemos que eso no es así, ellos sí pueden sentir, y a los cuidados que les entregamos, ellos nos devuelven un
cariño sin límites y una lealtad incondicional.
En el relato “El
Principito” de Antoine de Saint-Exupery, una de las obras más
conmovedoras de la literatura universal, vemos el diálogo que ocurre entre el
Principito y el zorro. Ahí este último le explica al pequeño príncipe el
significado de domesticar. Domesticar, le dice, significa “crear lazos” y la
domesticación es mutua. Cuando nos encariñamos con una mascota somos
protagonistas de ese proceso de creación de lazos, y cuando los creamos, cada
día nuestros amigos animales nos entregan ese regalo que el zorro le hizo al
Principito cuando se despidieron, y que fue la develación de su gran secreto: no se
ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos.
La Kuki alcanzó
a vivir casi 15 años, mucho más que el promedio de su raza, pero en sus últimos días su cuerpo ya
estaba cansado y era justo dejarla partir, y quiso el destino que lo hiciera 10
años después de la muerte de su primer amo. En estos momentos la pena que me
embarga es profunda, y aunque no poseo el don de la fe, y no creo que después
de esta vida exista otra, no puedo evitar imaginar que, como en una poética
metáfora, en algún lugar la Kuki se
reencontró con mi papá.
Adios Kuki, hasta siempre.
3 comentarios:
Emotivo artículo que llega profundamente a todos quienes hemos tenido a una (o mas de una) Kuki en nuestras vidas.
Aunque el dolor es inmenso ante la partida, después de un tiempo agradecemos la fortuna de haber sido protagonistas de una relación como la que se retrata en esta historia.
Solo queda pasar el duelo y adoptar (o dejar que nos adopte?) una nueva mascota....
Paola
Alumna Ester Guirriman hermoso homenaje a su perrita profesor, animo su perrita debe estar en un lugar mejor y tubo dos excelentes amos usted y su padre, que le dieron a kuki amor y cariño y por sobre todo un hogar.
Que bonitas palabras, que ciertas son todas esas palabras....tuve el honor de conocer a KUKI, doy fé de que fue una perrita muy especial, recuerdo que era muy cariñosa conmigo, se botaba de guatita para que le hiciera cariño, me agradaba mucho y creo que también yo.
KUKI Hasta Siempre.........estarás en nuestros recuerdos......
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