30 de junio de 2008

El evento Tunguska, a cien años de una colisión estelar

El 30 de junio de 1908 un objeto cósmico explotó sobre una lejana e inhóspita región de Asia Central. El suceso, que devastó un amplio territorio, afortunadamente casi deshabitado, es un recordatorio dramático de las amenazas que provienen del Espacio.

Por Hugo Jara Goldenberg

Este artículo fue publicado en el Boletín ACHAYA de agosto de 2008, de la Asociación Chilena de Astronomía y Astronáutica.

La Tierra es un lugar de características especiales en donde, no sólo pudo surgir y prosperar la vida, sino también evolucionar seres inteligentes. Para nosotros, la especie dominante del planeta, la existencia transcurre generalmente de manera apacible y, dada nuestra breve escala temporal de vida, nos asiste la sensación de habitar en un lugar seguro e inmutable, esto a pesar de que a diario las noticias, que llegan de todos los rincones del mundo, informan de fenómenos naturales inusualmente violentos como olas de calor, sequías prolongadas, violentas tormentas e inundaciones, además de erupciones volcánicas, terremotos y maremotos.

Estos eventos naturales nos recuerdan que, definitivamente, nuestro planeta no es un lugar tan tranquilo, e incluso el incremento de algunos de estos desastres, que tanto cuestan en términos económicos y de vidas humanas, han puesto en el tapete el llamado cambio climático global, fenómeno de consecuencias impredecibles en el destino, no sólo de la civilización, sino también de nuestro hogar cósmico.

Pero este no es el único peligro al que se enfrenta la Tierra, además existe el riesgo de sufrir el impacto de objetos estelares, como cometas o asteroides. En el pasado colisiones cósmicas de ese tipo fueron responsables de cambios dramáticos en el clima del planeta y de la extinción masiva de muchas especies, como la desaparición de los dinosaurios, ocurrida hace 65 millones de años, debido a la caída de un cuerpo espacial en la península de Yucatán, en México.

En la actualidad un evento cósmico de esa naturaleza se considera muy improbable, ya que estadísticamente se debería esperar el impacto de un objeto del tamaño suficiente (varios kilómetros de diamétro) para provocar un daño significativo a nivel planetario, cada cien mil años. Sin embargo, en la mañana del día 30 de junio del año 1908, hace ya cien años, una gigantesca bola de fuego atravesó los cielos de la lejana Siberia (territorio ruso) y explotó a gran altitud sobre el valle de Tunguska (coordenadas 60°55” N, 101°57” E), en lo que a todas luces fue la caída de un objeto estelar.

Debido a lo desolado e inhóspito del territorio (con muy pocos habitantes) no hubo muchos testigos directos y, afortunadamente, tampoco un número significativo de víctimas fatales. Sólo algunas tribus nómades de pastores de renos presenciaron estupefactos la descomunal explosión. Asimismo el evento fue captado indirectamente desde lugares más alejados, como en una estación sismológica ubicada a 800 km del epicentro, y que lo percibió como un terremoto. Pueblos ubicados a cientos de kilómetros de la zona cero, observaron un resplandor luminoso en esa mañana veraniega y fueron afectados por la onda expansiva de la detonación. Ciudades alejadas a miles de kilómetros, como Moscú y San Petersburgo, también sintieron la onda de choque, y durante semanas inusuales fenómenos atmosféricos fueron reportados desde países como Alemania, Inglaterra, Holanda, España, e incluso EEUU.

Dada la situación socio-política de la Rusia Zarista (ya se estaban iniciando los movimientos sociales que concluirían años más tarde con la revolución bolchevique y el posterior establecimiento del régimen soviético), no hubo oportunidad de investigar oficialmente lo sucedido, y sólo después de más de una década de ocurrida la catástrofe, se organizó la primera expedición científica al lugar de los hechos. Afortunadamente, y a pesar del tiempo transcurrido, el sitio del suceso permanecía casi inalterado, debido a lo frío del clima y los pocos habitantes de la zona.

Lo que los primeros investigadores soviéticos observaron los dejó perplejos. Una amplia zona (de más 2000 kilómetros cuadrados) totalmente arrasada, con extensas zonas boscosas calcinadas y los árboles derribados, siguiendo un patrón circular y radial, desde el centro de la explosión.

Posteriormente, sucesivas expediciones permitieron realizar un estudio pormenorizado del área afectada, además de entrevistar a testigos y sobrevivientes. Con todos esos antecedentes se pudo aventurar una hipótesis que explicara lo sucedido. Un cuerpo de entre 50 y 80 metros de diámetro, proveniente del Espacio exterior, se precipitó hacia la superficie de la Tierra. Viajando a 80000 km/h, atravesó la atmósfera en un ángulo de 30° sobre el horizonte, desintegrándose gradualmente a medida que se desplazaba por el cielo matutino, y dejando un reguero luminoso visible desde miles de kilómetros a la redonda, acompañado de un rugido ensordecedor. Finalmente los restos del bólido explotaron sobre la región de Tunguska a más 7,5 km de altitud. La energía liberada en la explosión se calcula entre 3 y 5 megatones (equivalente a cientos de bombas atómicas como la que destruyó la ciudad japonesa de Hiroshima, durante la Segunda Guerra Mundial).

Cometa o asteroide

Desde el momento mismo del desastre, se inició el debate acerca de la naturaleza del bólido. ¿Fue un cometa o un asteroide? El jefe de la primera expedición, el geólogo Leonid Kulik, estaba convencido que se trataba de un asteroide, y lo primero que hizo al llegar al centro de la explosión fue buscar el cráter de impacto respectivo. Sin embargo, no se encontró ninguno, lo cual dio fuerza a la hipótesis del cometa, ya que éstos, por su constitución material (son conocidos como bolas de nieve sucia, por estar compuestos por polvo y hielo) se desintegrarían totalmente sin dejar vestigios.

Pero la opción del asteroide no está totalmente descartada, ya que en la zona se han encontrado altas concentraciones de restos microscópicos de metales que están presentes principalmente en lo asteroides (como iridio y níquel), e incluso investigadores de la Universidad de Bolonia (Italia), después de efectuar estudios geomagnéticos en la zona del epicentro, aseguran haber dado con el cráter, el cual estaría alejado algunos kilómetros del lugar buscado inicialmente, y correspondería a un lago que no existía antes de 1908. Por otra parte, los modelos computacionales con los cuales se intenta recrear el evento, no arrojan resultados concluyentes. Tanto un cometa como un asteroide pueden provocar un fenómeno catastrófico como el que ocurrió en la lejana estepa siberiana, hace ya un siglo.

¿Volverá a ocurrir?

Después de 4500 millones de años desde su formación, nuestro Sistema Solar es un lugar razonablemente ordenado, con los planetas y otros cuerpos principales siguiendo órbitas estables y predecibles. Sin embargo, millones de pequeños objetos, remanentes de la formación del sistema planetario, vagan por el Espacio en la forma de asteroides y cometas. Estos cuerpos, debido a su pequeño tamaño y a la influencia gravitacional de los objetos mayores, poseen órbitas mucho menos predecibles y algunos de ellos, en algún momento, pueden entrar en rumbo de colisión con nuestro planeta.

Aunque las estadísticas nos señalan que es poco probable la ocurrencia de fenómenos de esta naturaleza, en escalas de tiempo de miles de años, la amenaza de un impacto cósmico es real. Ya ha pasado muchas veces en la historia de la Tierra, y es inevitable que vuelva a suceder, por lo tanto lo importante no es la pregunta ¿volverá a ocurrir?, sino saber qué hacer en el momento en que sepamos cuándo y dónde se verificará el siguiente choque; ya que si un cuerpo de modestas dimensiones como el que explotó en Tunguska (menos de cien metros) causó tal nivel de devastación, no es difícil imaginar lo que ocurriría, a nivel planetario, si nos enfrentamos a un objeto de varios kilómetros de diámetro.

Conciente de este peligro, la comunidad científica internacional tiene en marcha una serie de proyectos (dotados de telescopios y satélites) tendientes a estudiar las órbitas de aquellos objetos que se puedan transformar en un riesgo. Del mismo modo se están desarrollando tecnologías para enfrentar un probable choque, y que permitirán destruir o desviar al cometa o asteroide amenazante. En el éxito de estos proyectos está en juego mucho más que el orgullo por un nuevo logro científico-tecnológico, en definitiva de estos modernos sistemas de defensa espacial dependerá, eventualmente, la supervivencia del ser humano, de su civilización, e incluso del planeta Tierra.

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