2 de octubre de 2006

¿Qué habría sido de Rosetta sin Champollion? (7 mayo 2006)

Los misterios del pasado, y en especial los secretos de las antiguas civilizaciones, han despertado desde siempre el interés de la humanidad, tanto es así que los relatos de osados arqueólogos, que buscan develar enigmas milenarios, continúan encendiendo la imaginación de la mayoría de la población. Pero el acceso a los conocimientos olvidados en el tiempo no siempre es una tarea fácil

Por Hugo Jara Goldenberg

Publicado en el diario El Sur, el 7 de mayo de 2006.
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¿Por qué razón resulta tan atractiva la evocación del pasado, especialmente cuando se alude a culturas ya desaparecidas? Se trata de una simple moda o es que la observación de antiguos vestigios en ruinas opera en nosotros como un irresistible imán, que junto con provocar un legitimo sentimiento de admiración por los logros artísticos y técnicos del pasado, nos invita a especular sobre los conocimientos que debieron poseer esos pueblos ya extintos, y que el tiempo ha olvidado para siempre.

Aunque son innumerables los testimonios de arcaicas culturas, es Egipto el que despierta más curiosidad. Ya los griegos en el siglo VI a.C. escribían sobre ese extraordinario pueblo del desierto, y esa fascinación se ha mantenido hasta nuestros días, no sólo por el interés histórico sino también por una serie de mitos que se han tejido con respecto a algunos elementos característicos de esa civilización; como el supuesto poder oculto de las pirámides o los conjuros que protegerían a las momias.

Aunque el interés por Egipto es antiquísimo, la egiptología, entendida como el estudio histórico científico de la civilización de los faraones, comienza con las campañas napoleónicas de fines del siglo XVIII. En el año 1798 Bonaparte se embarcó para la conquista de Oriente con un ejército de 30.000 hombres. Lo interesante de esta expedición es que Napoleón incluyó en ella a 160 científicos, de las más diversas disciplinas. Así, acompañando a los soldados, partió al frente de combate un batallón de astrónomos, cartógrafos, zoólogos, naturalistas, y filólogos, entre muchos otros sabios y especialistas, quienes en vez de armas llevaban telescopios, sextantes, barómetros y una infinidad de otros ingenios de experimentación y medición. Ante esta extraña situación muchos se preguntaban cuál era el verdadero objetivo de la expedición. ¿Acaso buscaba Napoleón algo más que un éxito político y militar?. ¿Pretendía revelar el secreto del Faraón y acceder a poderes ocultos durante milenios? Intentando responder a éstas y muchas otras interrogantes, el escritor francés Jean-Michel Riou, nos presenta su novela histórica “El secreto de Champollion” (Editorial B, 2006).

La obra se inicia cuando, desde la caja fuerte de una conocida editorial, es sacado un manuscrito datado en el año 1854, que por orden expresa de sus redactores no pude ser leída antes del 1 de enero de 2004. Los autores del escrito son tres eruditos, integrantes de la fuerza expedicionaria de Napoleón: Morgan de Spag, matemático; Orphée Forjuris, científico y Pharos –J Le Jeancem, orientalista e impresor. Estos tres hombres de ciencia han forjado una profunda amistad y cuando logran entender el sentido iniciático de la expedición, deciden dejar un testimonio escrito de los avatares de la campaña. Cada uno de ellos se encarga de redactar una parte del documento y el último sobreviviente, cuando ya es anciano, decide que su contenido sólo debe hacerse público después de 150 años. La verdad revelada es de tal magnitud, que considera que su época no está preparada para ella y apela a la esperanza de que en el futuro, el mundo haya alcanzado la sabiduría necesaria para aceptarla plenamente.

Fuerzas desconocidas

Como el nombre de la novela lo indica, la trama de la historia gira en torno a la vida y obra de Jean-Francois Champollion, el sabio francés que logró descifrar el lenguaje jeroglífico de los egipcios, cuyos símbolos habían constituido, durante siglos, un enigma para los eruditos. El punto de partida de este desciframiento lo constituye el descubrimiento, por parte de las tropas francesas, de la famosa piedra de Rosetta, una roca de granito en la cual está grabado un texto real en tres lenguas: jeroglífico, demótico y griego. Los científicos de la expedición que la observaron por primera vez, se dieron cuenta de inmediato de la importancia que tendría esta piedra en el desciframiento del enigmático idioma del desierto. Bastaba con traducir el texto en griego y luego buscar el equivalente en los otros lenguajes. Sin embargo el asunto no era tan fácil, y muchos investigadores gastaron sus vidas tratando de encontrar la clave de la transcripción.

Debieron transcurrir 23 años, desde el descubrimiento de la piedra, hasta que Champollion logró dar con la anhelada traducción, al percatarse de que se trataba de un lenguaje complejo, en el cual coexistían tres tipos de signos: fonéticos, de palabras y de ideas. A pesar del éxito alcanzado y su fama posterior, la vida de Champollion fue difícil. Los obstáculos que debió enfrentar, producto de la envidia y la incomprensión provocaron que su salud se debilitara y falleciera muy joven. Su prematura desaparición, y el extraño comportamiento que tuvo después de su descubrimiento dieron pábulo a que se tejieran las más descabelladas conjeturas. ¿Acaso al resolver el acertijo liberó fuerzas desconocidas que terminaron perjudicándolo?

El autor se apresura en aclarar que aunque la trama se desarrolla en un contexto histórico real, la obra es una novela, en la cual el rigor de la investigación científica se entremezcla con la idea de lo divino y los poderes ocultos en las antiguas civilizaciones.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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