11 de octubre de 2011

¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido en conocimiento?



Por Hugo Jara Goldenberg

Este artículo está también publicado en el DiarioW5


Una característica de la sociedad del siglo XXI es el alto volumen de información que ha acumulado en todas las áreas del saber. Es tal la magnitud de los datos disponibles que nadie puede aspirar al conocimiento global, y tampoco estar al tanto de todos los inventos, descubrimientos y creaciones que a diario surgen de todos los ámbitos del quehacer de la humanidad.

Una consecuencia de esta explosión del conocimiento es la especialización extrema a la que se ven obligadas las personas que ejercen en las diversas actividades, oficios y profesiones, quienes ante la avalancha de información no tienen otra alternativa más que encerrarse en el dominio específico de su disciplina. Así, son cada vez más escasos esos respetados personajes de antaño con conocimientos enciclopédicos, los que han sido desplazados por estos modernos profesionales, quienes aunque pueden ser muy competentes – e incluso brillantes – en ciertas áreas o especialidades, carecen de todo interés y conocimiento por aquello que esté más allá de su esfera de acción inmediata.

¿Es necesario en nuestra moderna sociedad ese antiguo saber multidisciplinario? ¿Qué sucede con el conocimiento de la historia universal, el arte, la literatura, la filosofía y en general, todas esas manifestaciones de la creación humana que se han asociado desde siempre al bagaje imprescindible de toda persona reconocida como culta y que es el que permite acercarse a una visión holística de la realidad? O es quizás una situación ya del pasado, innecesaria en una época como la nuestra, saturada por volúmenes ingentes de datos, en donde se valora, privilegia y exige por sobre cualquier otro aspecto, la especialización extrema y visión reduccionista de los ciudadanos, ya que cualquier dato que se desconozca está al alcance de un clic, con un dispositivo con conexión a Internet.

La mayoría de las personas, incluidos los niños ya nativos digitales, son capaces de moverse con soltura por las montañas de exabytes de información disponible en la red, accediendo al instante a cualquier dato que necesiten. Personalmente conozco a un profesional exitoso que demuestra amplios conocimientos, y puede conversar de los más diversos temas con soltura y propiedad, pero que lo logra recurriendo a un dispositivo móvil con conexión a la red mundial, del cual no se despega nunca y consulta permanentemente, de manera tan sutil que casi no se nota. Se podría decir que ese dispositivo tecnológico ya sobrepasó la categoría de herramienta y ahora es parte de su ser cognitivo.

En esta nueva realidad, la información – generada a partir de los datos – se acumula a un ritmo vertiginoso. Un estudio de la Universidad de Berkeley (California, USA) señala que la información total almacenada en el mundo crece un 30% cada año. Y otras fuentes estiman que el conocimiento que se genera con esa información se duplica cada 15 años. Antes de la Era de la Información, alcanzar esas tasas de crecimiento tomaba siglos.

Por lo tanto, la esencia del mundo moderno está en los datos, la información y el conocimiento. Con ellos hemos alcanzado un nivel de desarrollo tecnológico tal, que la vida humana ya no es igual a la de las generaciones que nos precedieron. Y gracias a esa misma tecnología, todo ese saber está siempre disponible, al alcance de un clic.

Pero, ¿cree usted que falta un elemento en este escenario? Para responder a esta pregunta debemos volver a la esencia de la civilización digital, es decir a la triada: datos, información y conocimiento. Si analizamos a estos tres elementos podemos observar en ellos una jerarquía, y que cada uno mediante interrelaciones genera al siguiente. Así, la asociación de datos produce la información, y la interpretación de la información crea el conocimiento.

Sin embargo, ¿es el conocimiento el último eslabón de la cadena? Por supuesto que no, ya que existe un siguiente nivel: la sabiduría. Nuestra sociedad lamentablemente, por privilegiar al conocimiento, ha olvidado que la sabiduría es el estado cognitivo que define la esencia de nuestra especie. Por lo tanto, todo ser humano debe y merece acceder a la sabiduría, entendiendo a ésta como una capacidad personal desarrollada a través del conocimiento, la reflexión y la experiencia, que permite discernir entre el bien y el mal, actuar con sensatez y en definitiva encontrar el verdadero sentido de la vida.

El poeta y dramaturgo T.S. Eliot (1888-1965), premio Nobel de Literatura de 1948, en su obra titulada “El primer coro de la roca” (1934), escribió de manera premonitoria:

¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido en conocimiento?
¿Dónde el conocimiento que hemos perdido en información?

Y efectivamente, es ese el gran problema de nuestra civilización, con el exceso de información y conocimiento hemos perdido la sabiduría. Sin embargo, recuperarla no se vislumbra una tarea simple ya que a diferencia de la información y el conocimiento, que son compartidos y asequibles con un clic, la sabiduría es individual y alcanzarla es un camino personal, gradual, de mucha lectura y reflexión, a menudo árido, y que muchos aspectos define casi una opción de vida, y en donde las retribuciones pocas veces son materiales.

En el mundo digital y globalizado del siglo XXI consideramos al binomio información-conocimiento como un fin para obtener poder – de cualquier tipo –, en circunstancia que debe ser entendido sólo como un medio para llegar a un nivel de entendimiento superior, con el cual se alcanza en definitiva la verdadera libertad, y también la verdadera felicidad.

3 comentarios:

Jessica dijo...

Interesante reflexión.
Me parece que podemos distinguir, como en numerosos campos de la realidad (biológica, física, epistemológica, histórica, etc.) los crecientes niveles de complejidad, como en este caso (dato, información, conocimiento). Concuerdo con que otro posible puede ser la sabiduría, sin embargo, no la considero un 'estado cognitivo'. me parece que está por sobre lo que denominamos capacidad (que es una habilidad cognitiva), sino que pudiera vincularse a una conectividad mayor que implica, madurez, conciencia y coherencia entre impulsos, pensamientos y emociones, por ejemplo, donde el conocimiento es sólo un eslabón en esta cadena de este fenómeno que llamamos sabiduría.
Por otra parte, manifestarse sabiamente, trasciende la dualidad de ver el mundo dualmente, o sea, categorizándolo entre bien y mal, ya que como bien se menciona en otros artículos, la ciencia va integrando conocimientos, y no se opone ni descarta como antiguamente nos enseñaron.
La visión desde el paradigma de la complejidad bien nos proporciona valiosos elementos en este sentido, desde la incertidumbre, el concepto de holograma, de caos, etc. Y donde cada persona pueda apreciar que su conocimiento y experiencia de vida, (y he aquí una postura transdisciplinar más que multidisciplinar) proporciona valiosos aprendizajes para sí mismo y para los demás, donde el conocimiento tiene un sentido aplicado, útil en lo cotidiano, en el aquí y ahora, con recursos materiales o sin ellos, con lo que se conoce, lo que se ignora, lo que se intuye. En definitiva, actuar sabiamente será estar conectado a la propia coherencia y al entorno guiado por valores universales, y todo ello, en cada tiempo, será justo y perfecto.

Jaiver Gonzalez Giraldo dijo...

interesante reflexion ya que nos muestra el mundo desde otra perspectiva, donde nos dan bases para la complejidad del mismo :)

Jaiver Gonzalez Giraldo dijo...

interesante reflexión sobre el la complejidad del mundo ya que nos dan las bases para la interpretación del mismo.Ademas desde el paradigma de la complejidad bien nos prporciona valiosos elementos en este sentido, desde la incertidunbre, el concepto de holograma