2 de octubre de 2006

Las tácticas de cronos (28 mayo 2006)

Existen ideas o conceptos a los que nos referimos cotidianamente, pero que por el grado de abstracción o de subjetividad del fenómeno que representan, es muy difícil, o a veces imposible, definirlos en forma exacta. Ejemplos hay muchos, entre otros basta mencionar al “tiempo”, realice usted el ejercicio y lo más probable es que se encuentre frente a un problema.

Por Hugo Jara Goldenberg

Publicado en el diario El Sur, el 28 de mayo de 2006.
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Desde que el ser humano tomó conciencia de sí mismo y comenzó a plantearse preguntas trascendentes como: ¿qué somos?, ¿de dónde venimos? o ¿quién nos creó?, seguramente también pensó en qué era el tiempo. Cuestión aparentemente sencilla, pero de una profundidad y complejidad tal, que filósofos de todas las épocas se han enfrentado, sin éxito, al desafío de develar su secreto. Cuando San Agustín se planteaba la interrogante: ¿qué es el tiempo?, el mismo se respondía: “Si nadie me lo pregunta lo sé; si me lo preguntan y quiero explicarlo, ya no sé”.

Y el problema se mantiene hasta nuestros días. Cuando abordamos la problemática del tiempo nos damos cuenta de que se trata de un concepto que está íntimamente asociado a la conciencia, ya que es a través de ella que el ser humano se proyecta en un devenir temporal de pasado, presente y futuro. Esta secuencialidad nos permite acercarnos a una posible interpretación de ese esquivo concepto. Aunque el tiempo lo podemos concebir como el fluir de esa secuencia temporal, nosotros los seres humanos sólo somos capaces de percibir sensorialmente el presente. Puesto que el pasado, que ya fue, y el futuro, que aún no es, quedan más allá de nuestros sentidos, sólo podemos acceder a ellos por medio de nuestro intelecto: los recuerdos y la imaginación, dos manifestaciones de las funciones más elevadas de la mente, son las que nos permiten asimilar de manera íntegra esa secuencia eterna del ayer, del hoy y del mañana. ¿Significa esto que el tiempo es un concepto de naturaleza subjetiva, privativo de los seres humanos?. Pareciera que no, ya que evidentemente posee también una interpretación objetiva.

Preguntas sin respuesta

La ciencia tiene mucho que decir sobre este eterno devenir, y desde la perspectiva de la epistemología se reconoce en Galileo Galilei, al primer investigador que consideró al tiempo como una variable cuantificable en la interpretación de los fenómenos naturales. Y a partir de él la ciencia avanzó a paso resuelto, continuando con Isaac Newton, quien fundó la mecánica clásica, basada en un tiempo absoluto; hasta desembocar, finalmente, en la física moderna, la cual nos señala que el Universo existe en cuatro dimensiones: tres espaciales y una temporal (el espacio-tiempo). Este es uno de los logros más brillantes del intelecto humano, sintetizado por Albert Einstein en su famosa Teoría de la Relatividad, un cuerpo de conocimientos, que aunque muy popular, pocas personas entienden en su verdadero alcance y significado, y en el que un elemento clave es esa misteriosa y escurridiza coordenada temporal, que adquiere aquí propiedades tan fantásticas, como el perder su aparente condición absoluta; experimentalmente se ha comprobado que el tiempo fluye más lentamente a altas velocidades.

Sin embargo, el tiempo subjetivo, ese que interpreta nuestra mente y del cual ya hablamos, también es relativo: todos podemos dar fe de lo lento que fluye en la víspera y lo efímero que se manifiesta cuando finalmente disfrutamos de un acontecimiento largamente esperado.

Tratándose de un tema tan apasionante, mucho se ha escrito sobre él, y como la mayoría de quienes han aceptado el desafío de poner en papel sus elucubraciones son filósofos, es muy bien recibida la reciente aparición del ensayo “Las Tácticas de Cronos” (Ediciones Siruela, 2005) del físico francés Étienne Klein, ya que nos permite conocer la forma como se percibe el tiempo desde otra disciplina del conocimiento.

El autor inicia su obra plantándose las interrogantes de rigor: ¿surgió el tiempo junto con el Universo, o es anterior a él?, ¿cómo empezó a funcionar?, ¿quién le dio el empuje inicial?, ¿forma parte de la realidad o la contiene?, ¿existe con independencia de lo que ocurre?, ¿se transforma, se desgasta, envejece y muere? y muchas otras preguntas que si bien, de antemano se sabe no podrán ser respondidas, nos permitirá discutirlas a la luz de lo que nos enseña la ciencia.

Ya al inicio, en el primer capítulo titulado: ¿Son charlatanes los relojes?, se analiza el error en que incurren muchos, al creer que el ver avanzar la aguja de un reloj, es observar el tiempo en su estado natural, en circunstancia que este ingenio mecánico no es más que una mezcla de movimiento y duración, cuyo tic-tac acompasado nos lleva a confundirlo con el tiempo en sí. A partir de esa aclaración el autor inicia un viaje, valiéndose de un relato envolvente, que nos lleva a recorrer las diferentes concepciones desde las cuales se puede analizar el fenómeno temporal y su naturaleza fugitiva. Podremos conocer desde, aparentes paradojas como que no todo pasa con el tiempo, ni todo lo que sucede tiene lugar en el espacio, hasta analizar científicamente la posibilidad de viajar hacia el pasado o al futuro.

La obra ha tenido un éxito de ventas inesperado para este tipo de literatura, pero este hecho no hace más que poner de manifiesto lo atractivo que resulta para el ciudadano común, el poder acceder a un mejor entendimiento de un fenómeno que es tan cotidiano como evidente, pero cuya cabal comprensión pareciera estar más allá de nuestra capacidad cognitiva.

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