11 de agosto de 2006

La inmortalidad de Saint-Exupéry (31 julio 2005)

Justamente en un día como hoy, 31 de julio, hace 61 años, emprendió su vuelo final este escritor francés, uno de los más destacados representantes de la literatura universal de la primera mitad del siglo XX, y un pionero de la época heroica de la aviación comercial, quien es conocido en el mundo entero por su relato “El Principito”.

Por Hugo Jara Goldenberg

Publicado en el diario El Sur, el 31 de julio de 2005. Ver artículo...

Las dos grandes pasiones de Antoine de Saint-Exupéry, fueron la literatura y la aviación, en una ocasión llega a decir: “Para mí, volar y escribir son la misma cosa, el aviador y el escritor se identifican en una similar toma de conciencia”. Saint-Exupéry era de origen noble, poseía el título nobiliario de Conde. Creció en un ambiente culto y refinado y su madre viuda se preocupó de dar a sus hijos una educación esmerada. Desde pequeño muestra especiales dotes literarias, compone odas y sonetos y a los siete años se propone escribir una ópera. Al mismo tiempo se obsesiona con un invento que se desarrolla aceleradamente y que habría de transformar a la humanidad: la aviación.

A la edad de 12 años tiene su bautismo aéreo, cuando es invitado a volar, y esta experiencia lo marcará definitivamente. Quizá a partir de ese momento, Tonio, como le llamaban en su familia, o Saint-Ex como fue conocido por sus amigos pilotos, ya sabía que cualquier cosa que le deparara el destino, tenía que considerar ambas actividades.

En 1921 hace su servicio militar en la rama del aire, donde aprende a volar. De vuelta a la vida civil desempeña algunos trabajos burocráticos y comienza a buscar la forma de concretar sus dos grandes pasiones. El año 1926 es clave, logra publicar en una revista su primer relato: El aviador, que recibe elogiosos comentarios y es aceptado como piloto en una empresa encargada de transportar el correo aéreo.

A partir de ese momento, su vida toma el rumbo que siempre buscó. Comienza a desarrollar una intensa carrera como piloto y de su pluma surgen, uno tras otro, una serie de relatos y novelas que lo consolidan en el mundo de las letras. Pero Saint-Exupéry no es un escritor cualquiera, a la innegable calidad literaria de su prosa se agrega el valor de la autenticidad. Todas las epopeyas épicas que describe en sus relatos, las ha vivido personalmente. Transportando el correo ha cruzado cordilleras, desiertos y océanos, ha desafiado a los elementos y sufrido graves accidentes que lo han tenido muchas veces al borde de la muerte.

Sin embargo, lo que verdaderamente conmueve es el comprender que el sentido de su obra va más allá de los vuelos y las gestas heroicas, quizá si éstos no sean más que el escenario en el que se desarrolla la trama. Lo que realmente nos quiere transmitir es una profunda reflexión filosófica sobre la naturaleza humana, una descripción descarnada, y a la vez poética, de nuestras virtudes y flaquezas. La obra de Saint-Exupéry es antes que nada espiritual y trascendente.


Ciudadela inconclusa

Cuando estalla la Segunda Guerra Mundial, logra ser aceptado como piloto, a pesar de su edad y de los graves accidentes que ha sufrido. Al inicio de las hostilidades vuela en peligrosas misiones defendiendo a su país, y esa experiencia la vuelca en la novela Piloto de Guerra, una obra conmovedora que invita a reflexionar sobre el sinsentido de la guerra y el sufrimiento que ésta acarrea a la población.

Después de la ocupación de Francia, su escuadrilla es desmovilizada y Saint-Exupéry se radica en EEUU en donde, sintiendose un exiliado, aprovecha cada momento para evocar a su país invadido. Con nostalgia recuerda a muchos de sus amigos aviadores, compañeros de aventuras épicas, que emprendieron ya el vuelo a la eternidad. De su pluma surgen escritos cargados de tristeza como Cartas para un rehén, pero también un relato maravilloso que lo hará inmortal: El Principito.

En el año 1944 nuevamente se alista como piloto y se le autoriza a realizar una cantidad limitada de vuelos de reconocimiento. El 31 de julio debe cumplir su novena misión, que consiste en sobrevolar y fotografiar, a 10.000 metros de altitud, la región de Lyon. Despegó a las 8:45, pero él, un hombre de paz, no iba a la guerra a matar. Volaba en la versión de reconocimiento aéreo del mortífero caza bimotor P-38 Lightning, el cual en vez de cañones y bombas, llevaba cámaras fotográficas. Su plan de vuelo consideraba completar la misión alrededor del mediodía, pero llega la hora del aterrizaje y no aparece. Sus compañeros de escuadrilla, impacientes lo esperan en la pista. A las 13:00 hrs. se transmite la alarma al control de radar, pero no hay ninguna señal de su avión. A las 14:30 se cumple el plazo fatal, a esa hora ya se le habría acabado el combustible.

En la base reina la consternación y cuando sus amigos abren la puerta de su cuarto se quedan sin palabras. En lugar del caos acostumbrado observan una habitación inmaculadamente ordenada, sobre el escritorio cartas dirigidas a algunos de sus amigos, y encima de la cama una maleta de tela conteniendo los manuscritos de Ciudadela, su último libro, en el cual aún estaba trabajando.

Sus restos no fueron hallados y durante mucho tiempo su desaparición fue un misterio, hasta se especulaba que seguía con vida, como sucede con todos los personajes famosos que se desvanecen sin dejar rastro. Pero no, Saint-Ex había muerto, los restos de su avión fueron encontrados e identificados recién hace unos pocos años, hundidos en el mediterráneo, y lo más probable es que fue derribado por aviones caza alemanes.

Saint-Exupéry intuía que ese día no regresaría y antes de partir se preocupó de dejar a buen recaudo los manuscritos de su libro Ciudadela (que sería publicado póstumamente en el año 1948), el cual representa la culminación del pensamiento existencialista y humanista que desarrolló a través de toda su producción literaria. Era tal el cuidado que le profesaba a su último libro que días antes de su desaparición, y cuando su escuadrilla se estaban cambiando de base, le pidió a otro piloto que llevara la maleta con los manuscritos. No quería correr el riesgo de que el autor y su obra se perdieran juntos, en el caso de ocurrir un accidente.

Antoine de Saint-Exupéry, el filósofo con alma de poeta, que escribía en prosa, murió tal como había vivido: en forma heroica. Su esposa Consuelo Suncín (quien inspiro al personaje la rosa en El Principito), al evocar su partida escribió: “desapareció en el cielo sin dejar rastro, ésta es la muerte que él necesitaba, una muerte hecha para él. Como un meteorito, apareció en la Tierra y después se desvaneció”.


 

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