2 de octubre de 2006

El fin justifica a Maquiavelo (26 marzo 2006)

A través de los siglos, el autor de “El Principe” se ha envuelto en una fama que poco le corresponde, a tal grado que el adjetivo “maquiavélico” –surgido de su nombre- se refiere a un “modo de proceder con astucia, doblez y perfidia”, según el diccionario de la RAE, En el libro del biógrafo Marcel Brion, se rescata el valor humanista del personaje.

Por Hugo Jara Goldenberg

Publicado en el diario El Sur, el 26 de marzo de 2006.
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Existen personajes de la historia cuyas ideas u obras han sido tan relevantes en el desarrollo de la civilización, que su recuerdo ha quedado incorporado en el inconsciente colectivo y han llegado a ocupar un lugar en nuestro vocabulario. Un ejemplo de esto lo constituye Nicolás Maquiavelo, ¿quién no ha oído hablar de él o ha utilizado el adjetivo “maquiavélico” para indicar una acción perversa o malévola?. La imagen que la mayoría de las personas tiene de este intelectual del Renacimiento es la de un individuo oportunista y maquinador. Pero ¿fue este personaje tan frío y calculador como pareciera recordarlo la historia y sugerirlo su nombre?

Como muchas veces sucede, la verdad sobre los hechos y personajes del pasado, no es absoluta, ni está necesariamente de acuerdo con la historia oficial. Este es al caso de Maquiavelo, un destacado humanista y figura relevante de la Florencia del Renacimiento, cuyo pensamiento, a pesar del paso de los siglos, sigue plenamente vigente, constituyendo un recordatorio de la doble moral de los seres humanos.

Para entender adecuadamente el pensamiento de Nicolás Maquiavelo, es necesario situarse en el escenario social, cultural y político de la europa renacentista y en particular interiorizarse de lo que sucedía en la península itálica. Generalmente tendemos a idealizar al Renacimiento. El resurgimiento de la cultura le da a ese período un lugar destacado en el desarrollo de la civilización, sin embargo, en el aspecto social y político era una época agitada. Italia no existía como país, innumerables repúblicas y principados vivían enfrentados en permanentes guerras; las alianzas se hacían y deshacían según la conveniencia y las circunstancias. El aliado de hoy era el enemigo de mañana. En la esfera política, las intrigas, conspiraciones y crímenes, eran una práctica común para hacerse del poder y conservarlo.

Para viajar imaginariamente hacia esa época, y conocer más acerca de nuestro personaje, podemos dejarnos guiar por la prosa del afamado biógrafo Marcel Brion, quien posee el don de transformar al lector en un espectador privilegiado de las circunstancias y de los personajes en estudio. La reimpresión (Ediciones B) de su obra “Maquiavelo”, nos permite conocer a Nicolás, hijo de una familia noble empobrecida, cuyos integrantes han ejercido, por generaciones, funciones subalternas en la administración pública florentina. El joven, después de terminar sus estudios, no se apresura en encontrar trabajo, y dedica gran parte de su tiempo a leer e instruirse en las bibliotecas. Su genio agudo, su intelecto refinado y su afán por observar todo lo que acontecía a su alrededor, lo transforman tempranamente en una persona escéptica y pragmática. En lo pecuniario se conforma con poco, lo justo para sobrevivir, a cambio de conservar su bien más preciado: su libertad de cuerpo y espíritu.

Hombre de letras

A los 29 años, ya considera que es hora se asentar cabeza, e ingresa como secretario de la segunda cancillería de la república de Florencia. Aunque se trataba de un cargo de importancia secundaria, rápidamente se destaca y se le encargan misiones diplomáticas que lo llevan a tratar con los gobernantes más importantes de su época. César Borgia, el Papa Julio II, el rey Luis XII de Francia, y el emperador Maximiliano I de Alemania, entre otros, negocian con Maquiavelo acuerdos que favorecen a la república de Florencia.

Junto a su vasta experiencia diplomática, desarrolla una teoría política, que puede considerarse la base del Estado moderno. Para su desgracia, sus ideas no se podían aplicar en su querida Florencia, un Estado pequeño, que como todas las otras repúblicas y principados itálicos no serían capaces de sobrevivir dispersas, en la Europa que se estaba conformando en el siglo XVI. Maquiavelo comprende que la única solución para los problemas sociales y políticos de la península es la unificación, a través de la cual se pueda transformar a Italia en una Estado capaz de enfrentar, en igualdad de condiciones, a potencias como Francia y España.

En paralelo a sus tareas de estadista y diplomático, se destaca también en el mundo de las letras. De su fecunda producción literaria, no sólo sobresalen aquellos libros en las cuales plasmó su ideario de estadista, sino también importantes trabajos históricos, biográficos e incluso comedias bufas y picarescas.

Pero sin lugar a dudas su obra más conocida es “El Príncipe”, un tratado de teoría política, en el cual plantea la necesidad de hacer de Italia un Estado moderno, capaz de articular adecuadamente las relaciones sociales y garantizar la libertad de los ciudadanos. Propone transformar a la política en una ciencia, y dado su profundo conocimiento del comportamiento humano, presenta sus ideas en forma realista. Asume que en las esferas del poder político y económico, el ser humano actúa de manera diferente a como lo hace en su vida cotidiana. Las ansias de poder, la ambición y el afán por maximizar las utilidades, características tan propias de los seres humanos de todas las épocas, exigen que en el ejercicio del poder operen consideraciones morales distintas a las de la vida privada.

Sus ideas escandalizaron a muchas personas, y con el paso del tiempo el término “maquiavélico” adquirió una connotación peyorativa, totalmente contraría al pensamiento del gran humanista, cuya obra significó la culminación, en el ámbito político, de los cambios que durante el Renacimiento transformaron al Mundo.

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