1 de septiembre de 2006

Sobre moral y esclavitud (20 noviembre 2005)

El ser humano es una criatura paradójica y compleja, que a veces es capaz de abrazar los ideales de belleza y bondad más sublimes, y en otras ocasiones no duda en cometer las mayores atrocidades imaginables. La lectura de la novela “El negrero nos recuerda esas singularidades.

Por Hugo Jara Goldenberg
Publicado en el diario El Sur, el 20 de noviembre de 2005.

Desde los inicios de la especie humana ha coexistido en cada uno de nosotros una faceta benigna, desde donde surgen los ideales asociados a la bondad y un lado oscuro, de naturaleza opuesta que justifica los actos violentos e injustos. Lo curioso es que los seres humanos no nos damos cuenta de esta dualidad y pasamos por la vida equilibrando, cada uno a su manera, estos polos opuestos que constituyen el bien y el mal.

Por otra parte nuestra moral no es un cuerpo de normas fijas sino que sufre una suerte de proceso evolutivo que la transforma, adecuándola funcionalmente a las condiciones históricas, sociales, económicas y políticas de cada época. Así, acciones humanas que ahora nos perecen moralmente intolerables, en otros tiempos fueron aprobadas como cosas normales y plenamente aceptadas por todo el cuerpo social. Un ejemplo de esto lo constituye la esclavitud, quizá si uno de los mayores excesos que ha cometido la especie humana a través de la historia, y que en su momento fue justificada incluso con argumentos filosóficos y religiosos.

Este preámbulo se relaciona con una novela recientemente aparecido en nuestras librerías, se trata de “El negrero” ambientada a principios del siglo XVIII, la cual recrea el comercio de esclavos negros africanos hacia América. “Negrero” era el nombre que se daba a los barcos que se encargaban de trasladar a los esclavos. Generalmente se trataba de navíos mercantes especialmente acondicionados para esa inhumana tarea, y que eran reconocidos desde lejos por su olor, que mezclaba no sólo a las emanaciones corporales propias del hacinamiento humano, sino también del efluvio del sufrimiento, del miedo y de la muerte.

Estos navíos generalmente iniciaban sus viajes en Europa dirigiéndose hacia las costas atlánticas de África, en donde negociaban con gobernantes locales la compra de esclavos, los cuales eran generalmente prisioneros de guerra capturados en las permanentes luchas tribales que se desarrollaban en esa parte del mundo. A continuación se ponía rumbo a América, ya sea a Brasil, las islas del Caribe o Norteamérica en donde eran vendidos y finalmente se invertía parte de las utilidades en mercancías como tabaco, café o azúcar y se regresaba a Europa, completando un periplo que era antes que todo un ciclo económico.

Esclavos a bordo

La novela nos permite conocer las condiciones de vida en esos barcos y las motivaciones que impulsaban a las personas involucradas en esta actividad, en donde algunos blancos no eran tan perversos como la mayoría y muchos africanos no dudaban en enriquecerse a costa del sufrimiento de sus hermanos de color. El personaje principal es Thomas Marlowe, un pirata retirado radicado en Virginia, en donde es dueño de una plantación. Su decisión de dar la libertad a sus esclavos negros lo hace entrar en conflicto no sólo con sus vecinos sino con toda la sociedad colonial. ¿Cuáles son las razones que guían a Marlowe?, aparentemente éstas no son sólo humanitarias, pero su gesto libertario precipita una serie de acontecimientos que nos arrastra en una vorágine de acción y aventuras.

El autor es James Nelson, un veterano hombre de mar, quien ha desarrollado toda su obra literaria evocando la época heroica de la navegación a vela. Su conocimiento del mundo del mar le da a su relato un sabor de autenticidad tal, que parece que acompañamos a bordo a los protagonistas del relato.

Lo interesante de esta novela es que junto con invitarnos a disfrutar de la acción y el suspenso, propias de ese género literario, nos permite reflexionar sobre la naturaleza humana y especialmente sobre una de las manifestaciones de su faceta perversa, en este caso sobre la esclavitud. Una actividad que fue practicada por casi todas las grandes civilizaciones de la antigüedad, que tuvo un importante resurgimiento entre los siglos XV y XIX, a consecuencia de la colonización del continente americano y que, aunque pretendamos desconocerlo, sigue presente en la sociedad actual.

Si nos cuesta convencernos basta con pensar en los millones de seres humanos de todo el mundo que viven en una situación muy similar a la de los antiguos esclavos. Aunque claro, acostumbrados a tranquilizar nuestra conciencia colectiva con eufemismos y sutilezas lingüísticas, ponemos especial cuidado en utilizar otros términos, pero en esencia se trata de lo mismo, de personas que son violentadas en su dignidad, que son transadas como cualquier mercancía, que son obligadas a trabajar a cambio de salarios paupérrimos, o en algunos lugares del mundo a cambio de un plato de comida y que viven a merced de sus nuevos “amos”, ahora llamados “empleadores”.

Alguien por ahí dijo en una oportunidad que hay acciones humanas que se hacen moralmente inaceptables sólo cuando la economía y el desarrollo tecnológico las hacen innecesarias. Desde esa perspectiva, hay muchos empleos actuales, principalmente los asociados al servicio doméstico, que mirados objetivamente poseen muchas características que son propias de un estado de servidumbre y es muy probable que en un futuro, quizá no muy lejano, cuando el avance tecnológico y la realidad económica las hagan innecesarias, entonces nuestros descendientes mirarán nuestra época con la misma mirada crítica con la cual nosotros evocamos a las sociedades esclavistas del pasado.

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