24 de junio de 2007

Un autómata ajedrecista

Si hay algo que caracteriza a nuestra civilización, es el uso intensivo de las máquinas. Las hay de los más diversos tipos y cuesta imaginar alguna actividad humana en que se prescinda de ellas. Incluso hay algunas que juegan ajedrez, un deporte intelectual por excelencia.

Por Hugo Jara Goldenberg

Publicado en el diario El Sur, el 24 de junio de 2007.
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El origen de las máquinas se pierde en la noche de los tiempos, cuando el hombre primitivo debió construir herramientas y aparatos que le permitieran superar su desventaja física e imponerse en un medio hostil. Desde entonces, estos artefactos han liberado al hombre de las tareas físicas extenuantes y peligrosas, realizando el trabajo rutinario de manera más eficiente y permitiendo, en gran medida, el desarrollo de la civilización

Sin embargo, un sueño largamente acariciado, ha sido dotar a estos ingenios de la capacidad de pensar y razonar. Ya los griegos acuñaron el término cibernética para referirse a la capacidad de auto dirigirse, característica esencial para cualquier artefacto que pretenda emular un comportamiento inteligente.

De todos los intentos por construir máquinas pensantes, previos a la era de los computadores, hay uno que se destaca, tanto por el período histórico en que se dio, como por el revuelo que provocó en la sociedad. Aunque fue un acontecimiento relevante en su tiempo, actualmente pocos conocen de él, y ahora tenemos la oportunidad de interiorizarnos de sus pormenores a través de la novela histórica “La máquina de ajedrez” (Editorial Sudamericana, sello Grijalbo, 2007), de Robert Löhr.

Este hecho ocurrió en Europa, en la segunda mitad del siglo XVIII, en pleno período de la Ilustración, cuando la sociedad de la época se vio impactada por un suceso sorprendente. Un autómata, ataviado con ropajes orientales, era capaz de jugar ajedrez en forma brillante. La noticia del turco ajedrecista se esparció como un reguero de pólvora y las salas de espectáculos de las principales ciudades europeas se llenaban de público que compraba su boleto para disfrutar del espectáculo. Destacados y fuertes jugadores de entonces, e incluso personalidades como Benjamín Flanklin, Napoleón Bonaparte y Catalina la Grande, se enfrentaron a la máquina, pero todos eran derrotados de manera aplastante.

Es imposible

El creador del jugador mecánico es Wolfgang von Kempelen, un inventor y consejero de la emperatriz María Teresa de Austria y Hungría. Con el objetivo de impresionar a la gobernante, Kempelen discurre un proyecto tan extraordinario, que está seguro lo hará inmortal, pero cuyo desarrollo presiente, será difícil y peligroso.

El autómata ajedrecista funcionó durante muchos años, desplazándose por toda Europa, e incluso cruzó el océano atlántico para hacer presentaciones en EEUU. Las reacciones del público ante este fenómeno iban desde la credulidad absoluta, incluso de personas educadas, que especulaban con explicaciones tan descabelladas como que era impulsado por fuerzas sobrenaturales o por medio de corrientes eléctricas o magnéticas. También existían muchos escépticos que intentaban infructuosamente dar con la trampa, entre éstos se encontraba Edgar Alan Poe, quien lo vio jugar en la ciudad de Richmond y escribió un ensayo en donde argumentaba sobre la imposibilidad de tal prodigio de la técnica.

El engaño del turco ajedrecista fue descubierto años después de la muerte de su creador. Pero a pesar de la farsa, se le sigue recordando con admiración, e incluso el mismo Kempelen lo consideraba, más que una estafa, un truco de ilusionismo. Después que dejó de funcionar, el aparato estuvo durante mucho tiempo en exhibición en un museo en Filadelfia, hasta que se destruyó en un incendio en el año 1854. Actualmente existen réplicas del jugador mecánico en diversos museos del mundo, y se le considera un antecesor de los robots.

Robert Löhr, es un autor alemán multifacético, que logra dar vida en “La máquina de ajedrez” a un relato cautivante, a través del cual seremos testigos de las aventuras y vicisitudes de Kempelen y su creación, las que al estar presentados como una novela, se entremezclan con personajes y hechos de ficción, dando lugar a una trama con dosis justas de intrigas, traiciones, aventuras sentimentales e incluso asesinatos.

Pero lo interesante de la obra, es que además de permitirnos conocer de una historia real, nos ofrece la oportunidad de reflexionar sobre un sueño que ha embriagado la imaginación de la humanidad desde tiempos inmemoriales: La posibilidad de construir máquinas pensantes. Actualmente existen programas, en cierta forma herederos del autómata, que pueden derrotar al campeón mundial de ajedrez. Sin embargo, se trata de trozos de lógica, expertos sólo en el deporte ciencia y que se procesan a gran velocidad en potentes computadores.

La mente humana en tanto, aunque más lenta, posee funcionalidades tan amplias y complejas que difícilmente podrán ser reproducidas de manera artificial. Por la tanto, ese antigua aspiración de crear ingenios inteligentes, capaces de pensar y razonar como nosotros, parece condenada a seguir siendo, por ahora, sólo un sueño.

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