2 de octubre de 2006

Fácil: échale la culpa a Atila (30 abril 2006)

Demonizado en extremo, al rey de los hunos se le suele cargar toda la responsabilidad de la caída del imperio romano. Es cierto que sus incursiones causaban pavor en la Europa del siglo V dC, pero no es más que uno de los tantos fenómenos que amenazaron la supervivencia de la civilización occidental.

Por Hugo Jara Goldenberg

Publicado en el diario El Sur, el 30 de abril de 2006.


Existen palabras de nuestro idioma que aunque se utilizan habitualmente, arrastran desde su origen una connotación negativa. Uno de esos vocablos es “bárbaro”, término de raíz griega, que deriva de “barbaros”, que en su génesis significaba “extranjero” y servía para identificar a las personas que provenían de más allá de las fronteras y que hablaban lenguas exóticas. Posteriormente el término se amplió y se asoció, también, a aquellas personas que poseían un comportamiento rústico y salvaje.

Desde el punto de vista histórico el término “bárbaro” se usa preferentemente para referirse a los pueblos y tribus que invadieron el Imperio romano y se extendieron por la mayor parte de lo que ahora conocemos como Europa Occidental. Generalmente se asociaba a estos pueblos características de fiereza, crueldad, organización social poco desarrollada y en general un comportamiento alejado de las normas de la civilización. Estos grupos humanos poseían una forma de vida y organización totalmente opuesta al modelo de sociedad que se estaba conformando en Europa, cimentada en el cristianismo y con la herencia de la cultura greco-latina. De entre todas las naciones bárbaras que pasaron por la historia, sin duda que la más conocida, y cuyo nombre aún evoca un lejano sentimiento de temor, es la de los hunos, y junto al recuerdo de ese pueblo está el de Atila, su rey más famoso. Todos, en algún momento de nuestras vidas estudiamos estos hechos y personajes que determinaron el curso histórico que dio origen a nuestra civilización occidental.

La literatura sobre el tema es abundante, y permanentemente surgen nuevas interpretaciones académicas de los hechos del pasado y también nuevas formas de presentarlos al público general, como por ejemplo, través de un género literario que se ha hecho muy popular: la novela histórica. Recientemente se ha publicado el libro titulado “Atila, el azote de Díos” (Ediciones B, 2005), del autor William Dietrich, que recrea en forma novelada y de manera muy convincente la vida y circunstancias de este famoso personaje. A través de las páginas de esta obra podremos seguir la huella de los hunos, pueblo de jinetes nómades, de origen mongol, que abandonaron las estepas de Asia central para invadir, a partir del siglo IV de nuestra era, extensos territorios de lo que ahora conocemos como Europa Oriental, provocando una profunda transformación del escenario geopolítico existente hasta ese entonces en el mundo antiguo.

En su avance los guerreros mongoles destruyeron y saquearon todo lo que encontraron a su paso, provocando la huida de muchos otros pueblos y tribus, también catalogados como bárbaros, que vivían más allá de los límites del Imperio romano. Cientos de miles de refugiados atravesaron las fronteras, y muchos se dedicaron, a su vez, a saquear las ricas posesiones que encontraban a su paso, registrándose incluso el saqueo de la mismísima capital imperial. Esta situación significó un duro golpe para el orgullo de Roma, otrora potencia militar invencible, que a partir de ese momento se vio obligada a negociar con muchos de estos pueblos bárbaros para poder mantener una frágil paz. Pero cuando Atila asume como rey de los hunos en el año 434, la situación cambia dramáticamente.

Anillo de rescate

Como en toda novela de este género, las peripecias de una treintena de personajes se desarrollan en un ambiente histórico real. Pero en el caso de Atila y su época ocurren hechos tan extraordinarios, en donde muchas veces la realidad parece superar a la ficción, que el autor no debe hacer un gran esfuerzo para dar vida a los protagonistas. La historia se precipita cuando la princesa romana Honoria, quien a causa de sus continuos escándalos ha sido recluida en Constantinopla, envía a un esclavo con un mensaje para Atila: se trata de una solicitud de rescate acompañada de un anillo de compromiso. Hasta ese momento las relaciones con los hunos habían sido tensas, pero manejables; durante mucho tiempo, el Imperio había cancelado un tributo a los reyes mongoles para mantener la paz, e incluso en algunas oportunidades había contratado sus servicios, como tropas mercenarios, para controlar a otros pueblos bárbaros sublevados.

Pero ahora la situación era distinta, Atila ha vuelto su mirada hacia Roma. El miedo y el terror se apoderan de la población. La invasión de los bárbaros mongoles parece inminente y de ella se espera lo peor: el pillaje, el asesinato y la esclavitud. Las autoridades romanas, temerosas de la potencia militar de los hunos, deciden enviar una embajada para negociar la paz, pero tras la misión diplomática se esconde una conspiración, de cuyo éxito parece depender el futuro del Imperio.

A través de esta novela tendremos la oportunidad de conocer, tanto al pueblo de los hunos como a su rey Atila, a quienes la historia y el recuerdo popular han estigmatizado injustamente. Al afirmar esto no se pretende negar todas las atrocidades que cometieron, y que fueron muchas, sino que dejar en claro que su actuar no fue peor ni mejor que el de otros pueblos bárbaros, e incluso que el de los mismos romanos, con quienes compartieron una época de la historia especialmente violenta.

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