6 de mayo de 2007

Una compañera irremplazable

Una biografía, recientemente publicada, de la esposa de Sigmund Freud intenta rescatar la figura de una mujer cuya personalidad e influencia, la transforman en alguien que fue mucho más que una abnegada dueña de casa.

Por Hugo Jara Goldenberg

Publicado en el diario El Sur, el 6 de mayo de 2007.


El dicho “Detrás de todo gran hombre, existe una gran mujer” es muy utilizado y aunque a muchas feministas militantes no les guste, en la historia abundan las situaciones en las cuales se cumple plenamente. Sin embargo, en la sociedad occidental moderna, donde la mujer lucha enconadamente por sus derechos e incursiona cada vez con mayor propiedad en todos los ámbitos del quehacer profesional, pereciera que este refrán va, inexorablemente, perdiendo vigencia.

Hasta no hace mucho tiempo, las costumbres sociales obligaban a las mujeres a permanecer intelectualmente a la “sombra” de sus maridos, a pesar que algunas de ellas podrían haber sido más capaces que sus compañeros. Ante esta situación, parece tentador observar, con una visión renovada, a las esposas de personajes históricos destacados, intentando indagar qué tanto tuvieron que ver ellas en inventos o descubrimientos que resultaron ser relevantes en el desarrollo de la humanidad. Una buena oportunidad para esta revisión, lo constituye la reciente publicación del libro “Martha Freud, Una compañera irremplazable” (Editorial “El Ateneo”, 2006) de Gérard Badou, una interesante biografía de la mujer de Sigmund Freud.

Considerado como el padre del psicoanálisis, Freud hizo aportes sustantivos al mejor conocimiento del comportamiento humano. Él mismo consideraba que sus ideas estaban a la altura de las más trascendentales de la historia de la civilización. Comparables, en cuanto a su impacto en la sensibilidad humana, a la teoría heliocéntrica de Nicolás Copérnico, que despojó a nuestra morada cósmica del privilegio de ser el centro del universo. Y a la teoría de la evolución de Charles Darwin, que demostró que nuestra sustancia material no es distinta a la de los demás seres de la creación. Freud, con su teoría, intentaba explicar racionalmente la mente y la conducta del ser humano.

La vida de Freud fue tan controversial como su teoría del psicoanálisis. Se han escrito de él muchas biografías, pero resulta interesante conocer aspectos de su existencia desde una perspectiva diferente, y qué mejor que hacerlo a través de la visión de su esposa y compañera por más de medio siglo.

Dueña de casa

Martha Bernays nació en el año 1861 en Hamburgo, Alemania, en el seno de una familia judía ortodoxa. Problemas económicos obligan a los Bernays a mudarse a Viena, ciudad en la cual logran recuperar su situación económica. Martha y su hermana Minna son educadas bajo la estricta observancia religiosa y a los dieciocho años su madre se preocupa de conseguirles un buen matrimonio.

Cuando estaba a punto de cumplir veintiún años, Marta es invitada a cenar a la casa de los Freud. Ahí conoce a un joven médico, seis años mayor que ella, y que en esa época estaba concentrado en profundizar sus conocimientos en neurología. La atracción es inmediata, pero el pretendiente no es del gusto de una exigente suegra, que le reprocha su escasa fortuna y confesado ateísmo.

Como las circunstancias no permiten un matrimonio inmediato, los jóvenes deben conformarse con un largo y difícil noviazgo. Después de cuatro años de compromiso, finalmente se casaron en septiembre de 1886. Conformaron un matrimonio tradicional, con Freud preocupado de forjar una carrera profesional exitosa y su esposa a cargo del hogar. Tuvieron seis hijos y sobre ella recayó la responsabilidad de la crianza y educación.

Martha siempre mantuvo distancia de las actividades profesionales de su esposo, e incluso en la intimidad manifestaba escepticismo por el psicoanálisis. Tampoco ocultaba su disgusto por algunas costumbres de su marido, como el llevar a almorzar a la mesa familiar a los pacientes, situación que no sólo incomodaba a éstos, sino que exponía a los niños a situaciones inconvenientes para su edad.

Estas, y muchas otras circunstancias dieron motivo para que se considerara a Martha, sólo como una abnegada dueña de casa. Sin embargo, al revelarse detalles, hasta ahora desconocidos, de su vida, la figura de la Sra. Freud adquiere una connotación que hace válido preguntarse qué tan importante fue ella en el desarrollo de las teorías de su esposo.

La biografía escrita por Gérard Badou nos presenta a una Martha enérgica y de fuerte personalidad. También aclara el rol que jugó esta mujer en su entorno familiar y la manera cómo influyó en Sigmund Freud, a quien la historia recuerda como un personaje orgulloso, machista y patriarcal, que la miraba con desdén, pero que al parecer debe mucho de su fama a esa esposa irremplazable que lo acompañó lealmente durante cincuenta y tres años de su existencia.

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