1 de septiembre de 2006

Que no se te cruce un gato negro (19 marzo 2006)

Las supersticiones son tan antiguas como la humanidad y constituyen vestigios de costumbres ancestrales, mezcla de ignorancia y temor. Ni siquiera hoy, en el milenio de la tecnología, podemos escapar a los miedos infundados y comportamientos irracionales.

Por Hugo Jara Goldenberg

Publicado en el diario El Sur, el 19 de marzo de 2006.

¿Es Usted supersticioso?, seguramente su respuesta, al igual que la de la mayoría de las personas, será negativa, aunque en lo más íntimo de su comportamiento es muy probable que algún gesto o acto, a veces inconsciente, lo delatará. Según el diccionario, la superstición es una creencia extraña a la fe religiosa y contraria a la razón, pero una definición más cotidiana la asocia con la relación de causalidad que se da entre una acción o hecho que se considera de poca relevancia y un acontecimiento futuro, que se espera o que se teme. Aunque la definición parece muy clara, y justifica que pocos se reconozcan como supersticiosos, resulta curioso que en la realidad, una gran mayoría de las personas, de todas las clases sociales y niveles culturales, desarrolla actos que los hace comportarse como tales.

Tratando de hacer luz sobre estos comportamientos irracionales la Editorial Crítica ha publicado la obra “Historia de la superstición” de Jean-Claude Schmitt, quien enfoca su trabajo desde una perspectiva religiosa, en particular mostrando la interpretación que le da el catolicismo. Recorriendo las páginas del libro nos enteramos que la palabra es de origen latino: superstitio, la cual, para los romanos, tenía un sentido desfavorable que se oponía a la religio o actuar religioso correcto. Los primeros cristianos heredaron esa palabra y la asociaron a formas paganas de adoración, rechazadas por el dogma de la iglesia, como la idolatría y la divinización de los muertos.

Muchos teólogos, entre los que se destaca San Agustín, escribieron sobre la superstición y ejercieron una influencia importante en la forma como la iglesia enfrentó a estos comportamientos desviados, que fueron considerados la principal causa de que los hombres cayeran en pecado. En los comienzos del cristianismo, las condiciones socio-culturales de Europa, que tenía una población mayoritariamente campesina e iletrada, propiciaron el surgimiento de una forma particular de interpretar la religión, con una mezcla de las doctrinas oficiales y las tradiciones de pueblos pre-cristianos, quienes adoraban a una infinidad de deidades y objetos de la naturaleza, como árboles, cursos fluviales e incluso animales. Aunque las supersticiones no proliferaron sólo en el campo, es ahí donde la iglesia hace los mayores esfuerzos por erradicarlas. La forma de combatirlo consistía fundamentalmente en la prédica y la invocación de santos, quienes con sus milagros deberían conseguir la adhesión a las formas puras de practicar la religión oficial.

Costumbres e ignorancia

Un aspecto interesante de la lucha contra la superstición, lo constituye la forma como la iglesia abordó el problema de la cristianización del tiempo, es decir de los ciclos naturales como los días de la semana y los meses del año; a los cuales los pueblos que precedieron al cristianismo dedicaron grandes esfuerzos a su estudio y medición. Este conocimiento, fuertemente enraizado en la población europea, se transformó en el repositorio de gran parte de la cosmovisión y mitología de los pueblos ancestrales, constituyendo, a ojos de la iglesia, una fuente fecunda de actos de superstición.

El intento de eliminarlos fracasó y la estrategia de las autoridades eclesiásticas fue acomodar a las celebraciones paganas, las efemérides de la iglesia. Así, muchas de las celebraciones religiosas de nuestra cultura cristiana occidental, como la navidad, pascua de resurrección y los días de muchos de los santos de la iglesia, recuerdan antiguas celebraciones de los pueblos pre-cristianos. También se intentó, sin éxito, redefinir el inicio del año y cambiar el nombre a los días de la semana y los meses del año, que estaban entregados a divinidades paganas. Incluso una fuente frecuente de superstición entre los campesinos en la Edad Media, consistía en descansar los días jueves (día de Júpiter, el dios principal de los romanos), falta que se debía expiar con una larga y dura penitencia.

Con el paso del tiempo la superstición perdió su interpretación exclusivamente religiosa; el progreso de la humanidad, la rebajó a la categoría de creencias populares o costumbres folclóricas, asociándola más a la ignorancia de la población que a la falta de fe y al paganismo. Sin embargo ¿por qué, en una época como la nuestra, marcada por el desarrollo de la ciencia y la tecnología, siguen siendo comunes estos comportamientos irracionales?, la respuesta es compleja y la razón de esta paradoja va más allá de atribuirla sólo a la falta de educación de la población. Quizá si la superstición constituya una válvula de escape para el ciudadano del nuevo milenio, el cual reacciona al agobio y a la asfixia que le impone la sociedad moderna, con la práctica de estas conductas que le permiten proyectar sus esperanzas y temores de manera fácil y cómoda. Pero no nos debemos engañar, ya que sólo a través del rigor y la racionalidad del conocimiento científico, aunque dotado de una mayor dosis de humanidad y espiritualidad, es que seremos capaces de tomar las decisiones más juiciosas en la sociedad tecnificada y globalizada del siglo XXI.

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